MISCELÁNEO LXVII. LA COMUNICACIÓN
La capacidad
simbólica del los seres humanos se despliega en el lenguaje, en la capacidad de
comunicar mediante la articulación de sonidos y signos significantes. Provistos
de significado. (Homo videns. La Sociedad
teledirigida. (Giovanni Sartori)
Giovanni Sartori (1924 -2017) fue un investigador italiano en el campo de la ciencia política, especializado en el estudio comparativo de la política. Galardonado con el premio príncipe de Asturias 2005 por su trabajo elaborado de una teoría de la democracia en la que ha estado siempre presente su compromiso con las garantías de las libertades de la sociedad abierta.
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Giovanni Sartori |
Conocedor tanto de la
política como de las corrientes de
influencia que ella conlleva realiza un barrido por la historia a través de la cultura y los
medios que hicieron y hacen posible la misma, saliendo la televisión demoledoramente
desfavorecida en esto del transmitir.

“Al
principio fue la palabra” (Evangelio de San Juan). Hoy diríamos
“al principio fue la imagen”·,y con la imagen que destrona a la palabra, se
asedia una cultura juvenil…. Y continua en una de sus páginas “el niño que ha crecido ante un televisor se
convierte en adulto, sí, pero a la fuerza, se trata de un adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del
saber transmitido por la cultura escrita. Los estímulos ante los cuales
responde cuando es adulto son casi exclusivamente visuales”.

Durante
todas las épocas y en todas las civilizaciones la comunicación ha sido esencial
para el desarrollo de las sociedades.
Las sociedades siempre han
sido plasmadas por la naturaleza de los medios
de comunicación, mediante los cuales comunican más que por el
contenido de la comunicación.
Hacia finales del siglo XX el homo sapiens ha entrado en crisis, una crisis de pérdida de conocimiento y de capacidad de saber.
Hasta la invención de la imprenta la cultura de todas las
sociedades se transmitía oralmente ya que los textos escritos reproducidos
antes de finales del siglo XV eran reproducidos a mano por amanuenses, siendo
unos pocos privilegiados quienes tenían
acceso a su lectura.
El progreso de la producción impresa (entre los siglos XVIII y XIX) fue lento pero
constante, culminando con la llegada del periódico
que se imprime todos los días: el
Diario de Madrid, en España.
Desde mediados del siglo
XIX en adelante comienzan a aparecer avances tecnológicos como el telégrafo y el teléfono que permiten la
comunicación inmediata.
Los libros, el periódico,
el teléfono, la radio, son todos ellos elementos portadores de comunicación
lingüística.
El
paso del hombre simbólico al hombre vidente acaece con la
llegada de la televisión, cambio
apoteósico, por el hecho de informarse viendo.
Este cambio que comienza
con la televisión modificando la
naturaleza misma de la comunicación, pues la traslada del contexto de la palabra (impresa o retransmitida) al contexto de la imagen. El hecho
de
ver prevalece sobre el hecho de hablar. La
voz del medio o de un hablante es secundaria, está en función de la imagen. La voz comenta la imagen.
La televisión es una
novedad radicalmente nueva, muestra imágenes de cosas reales, es fotografía,
cinematografía de lo que existe. Modifica la relación entre entender y ver.
Antes de su aparición los
acontecimientos se relataban. La televisión nos muestra el relato. Su
explicación está prácticamente solo en función de las imágenes que aparecen en
la pantalla.
La televisión produce imágenes y anula los conceptos.
Nuestros niños ven la televisión durante horas y horas, antes de aprender a leer y escribir.

La televisión es la
primera escuela del niño (escuela divertida que precede a la escuela aburrida),
y el niño es un animal simbólico que recibe su impronta educacional en imágenes
de un mundo centrado en
el hecho de ver, absorbiendo indiscriminadamente todo
lo que ve (no posee todavía capacidad de discriminación), convirtiéndose con el
tiempo en un hombre que no lee.
La
imagen es representación visual. Para verla basta con el
sentido de la vista. Se ve y basta. La imagen debe ser explicada, y la
explicación que se da en la televisión es insuficiente. En la actualidad más
que integración positiva de la palabra y la imagen lo que hay es sustracción,
por lo que el acto se ver esta
atrofiando la capacidad de entender.
Es indiscutible que la
televisión estimula, entretiene y divierte.
El hombre como animal que goza y le gusta jugar
nunca ha estado tan satisfecho y gratificado en toda la historia. Hasta el
siglo XX las tres cuartas partes de los seres vivos estaban aislados y
adormecidos en sus pueblos, o como máximo en pequeñas ciudades.
Si tenemos en cuenta que la televisión
transforma todo en espectáculo, entonces posiblemente nuestra visión cambia.
Frente al gran e incuestionable avance
que entraña la televisión supone una regresión fundamental: el empobrecimiento
de la capacidad de entender.
La palabra y la imagen, la cultura escrita y la cultura
audiovisual forman una síntesis
armoniosa, pero hemos de tener en cuenta la realidad de nuestras
sociedades, en que se trabaja durante 8 horas diarias, y llegando a casa cansados, nos sentamos y miramos pasivamente a la televisión. Queda poco tiempo para la
lectura, que exige además un esfuerzo.
El
poder de la imagen está en manos de las democracias.
Las democracias han sido definidas como un gobierno de opinión.
La televisión condiciona fuertemente el proceso electoral, ya sea en la elección del candidato, bien en su modo de plantear la batalla electoral, o en la forma de vencer al vencedor. Pero además la televisión condiciona o puede condicionar fuertemente al gobierno, es decir las decisiones del gobierno.
Tengamos presente dos
cosas:
Debemos tener claro que la
opinión es un parecer no es saber y
ciencia. Las opiniones son convicciones frágiles y variables expuestas a flujos
de información.
Las democracias representativas hoy no se caracterizan como un gobierno de saber sino como un
gobierno de opinión, a la cual le es suficiente para existir y funcionar con el
hecho de que el público tenga opiniones suyas.
Cuando la opinión pública
se plasmaba fundamentalmente en los periódicos, el equilibrio entre opinión
autónoma y opiniones heterónomas estaba garantizado por la existencia de una
prensa libre y múltiple que representaba a muchas voces. La aparición de la
radio no alteró sustancialmente este equilibrio.
El problema surgió con la
televisión en la medida en que el acto
de ver suplantó al acto de discurrir.
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