MINDFULNESS CIX. POSITIVIDAD Y OPTIMISMO.
POSITIVIDAD Y OPTIMISMO
Por Beatriz Santos Dieguez
Ni todo vale ni todo es
basura. ¿Cómo distinguir lo uno (lo válido) de lo otro (la basura)?
Nadie ha dicho que sea
fácil, pero tampoco nadie ha probado que sea imposible.
Vivimos en una
sociedad concreta, en un tiempo preciso,
con unas circunstancias determinadas, que son las que son.
Nuestras circunstancias en este momento puntual son feas. Nuestro estado de ánimo hemos de balancearle, ir equilibrándole. Y ello puede hacerse.
Es cierto que las actuales
circunstancias no las hemos provocado directamente nosotros, pero
indirectamente igual hemos aportado una pequeñísima porción de lo que ocurre.
¿Somos
culpables por ello de lo que está ocurriendo fuera?
No, Absolutamente no. Pero si
debemos apelar a la responsabilidad individual, ya que las responsabilidades exteriores están cambiando bruscamente con o sin nuestro
particular consentimiento.
Venimos de un vaivén de
conceptos en el que el totus
revolutum[1]
es la esencia: todo vale, todo
se mezcla, y ahí queda eso para que cada uno lo interpretemos como nos venga en gana. Sí, pero
siempre desde el prisma de quienes envían los mensajes con la intención de que
comulguemos con sus ideas e incluso con sus doctrinas.
Vale, se lanza y se deja ver el rumbo que toma en la opinión pública, pero no por ello dicha opinión va a resurgir sobre lo que ya está predispuesto de antemano por quienes tienen la llave de los acontecimientos a gran escala. Tengámoslo claro: el exterior es el que es, y nada de lo que ahí ocurre está en la totalidad en nuestras manos para cambiarlo.
Si vamos cambiando en
función de las voces que vamos escuchando fuera, iremos percibiendo de a
poquito, que por mucho que cambiemos nosotros en función de ellas siempre
tendremos la sensación de que algo no funciona.
A veces, nosotros funcionmos como lo hacian los protagonistas de aquella fábula (un padre, un hijo y un burro) que van caminando de un lugar a otro.
En cada lugar por el que pasan, en el que hay un grupo de personas, siempre se escucha un rumor en el que ya sea el padre por mayor o
el hijo por menor quienes van montado en el burro, la solución adoptada es la
incorrecta. Ahora es el padre, ahora el hijo, y cuando los dos montan en el
burro, es el burro quien se convierte en el centro del rumor “pobre burro”.
La moraleja que podemos sacar de ello es el despropósito en que nuestras ideas y acciones se convierten cuando vamos cambiando nuestra forma de actuar solo en función de lo que ocurre en el exterior, si nos dejamos arrastrar por las voces del afuera solamente.
Si
lo que pretendemos es cambiar las opiniones y pareceres de los demás nos
encontraremos con esa barrera infranqueable del que piensa distinto.
¿Qué podemos hacer? Escuchar a nuestro corazón que siempre
estará en línea con nuestras creencias y valores. Cuando actuamos desde lo que
nuestra vocecita interior nos indica
estamos en concordancia y resonamos con nosotros mismos.
Tiro ficha por nuestro lenguaje y sentir interior porque hasta el momento es el único que ha tenido efecto positivo en
mi vida y por ende en la de algunos de quienes me rodean.
El
lenguaje, nuestra manera de hablar y comunicarnos forma y
conforma los conceptos que aglutinamos en las palabras. Y estas (las palabras) adquieren sentido en un contexto
determinado. Cuando se las saca del mismo su sentido o significado también
cambian.
El
contexto significa al texto.
Y ahora situémonos en el quid de la cuestión:
Nuestra realidad en este preciso momento, en la época de la historia que nos ha tocado vivir y conformar, es la que es.
Es difícil, dura, y como apunto al
comienzo, fea.
A todos nos afecta de una
u otra manera, con mayor o menor intensidad. Pero ¿qué conseguimos centrándonos
exclusivamente en esa parte fea, incluso horrorosa con la que al ir a la lucha ya estaríamos en clara
desventaja?
Colmarnos de una
frustración primero que degenerará en una ansiedad posterior difícil de
erradicar más tarde, que contribuirá a que la depresión llame a la puerta, y
después ¿Qué?
Obviar la realidad tampoco
es lo aconsejable y nunca lo viable.
Hay que estar en ella, y mirarla de frente, pero luego ¿qué?, Entremos de lleno en el encabezamiento del post.
Ser optimista es una manera estupenda de transitar nuestro camino en la vida. Nos hermana a una suerte de alegría y nos proporciona una visión del mundo. Pero cuando este optimismo nos aparta de la otra cara de la moneda existe una tendencia a escurrirse de la realidad.
Utilizar solo el optimismo ahora con la que está
cayendo y el diagnostico tan borrascoso que se avecina seria estar atrapados en
una realidad irreal.
Y aquí es donde muchos
equivocamos el camino. En las bifurcaciones que aparecen en nuestras vidas.
Ser
positivo es tener la suerte de poder ver y contemplar con la
mayor objetividad posible (pues la objetividad en si no existe. Está siempre
algo adulterada por nuestra subjetividad) ambas caras de la moneda. Esto, traducido en nuestro sentir y
actuar es ver la realidad tal como es, como se nos presenta, con todo lo que ello conlleva. Y de
ello extraer lo mejor, lo bueno que siempre hay aunque a primera vista nos
resulte invisible.
Ser
positivo no es negar u obviar aquello que nos disgusta. Es poder contemplar, aunque nos
duela, lo que nos disgusta sabiendo que no podemos cambiarlo porque no
está en nuestras manos y, a partir de ahí mirar
en nuestro interior y ver qué es lo mejor que podemos sacar de la circunstancia
que nos permita asirnos a la esperanza.
Ser
positivo es poder cambiar la vista del punto sabiendo que
el punto está ahí. Si solo cambiamos el punto de vista seguiremos viendo solo
una cara de la moneda. Pasaremos de una cara a la otra pero siempre habrá una
que esté oculta, negada, borrada.
Ser
positivo es estar inserto en la vida, en los hechos y en los
acontecimientos, siendo conscientes del lenguaje que utilizamos y como este puede
influir en nuestra óptica y en la óptica de los otros.
El afuera es el que es.
El
adentro, nuestro interior es lo que podemos moldear, cambiar,
siendo positivos en nuestra manera de ver las circunstancias y enfocarnos en
aquello que está en nuestras manos para poder ser cambiado.
[1] Locución
latina que significa todo revuelto y cuya locución
nominal en masculino da a ambas palabras el sentido de revoltijo. En los
conservatorios se utilizaba dicha expresión cuando se juntaba a los niños de
primero de solfeo con los profesionales.
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