MISCELÁNEO XLIII. INTEGRANDO: RAZÓN Y EMOCIÓN.
INTEGRANDO: RAZÓN Y EMOCIÓN
Por Beatriz Santos Dieguez
Por Beatriz Santos Dieguez
A veces, tenemos
la impresión de que las emociones simplemente ocurren, nos poseen y, solo podemos dejarnos llevar por ellas o
escapar apresuradamente de las sensaciones que nos producen y los pensamientos
en los que desembocamos.
A lo largo de la historia de la humanidad ha
habido vaivenes entre el predominio
de la
Razón y la Emoción a
favor de una de ellas, en detrimento de la otra. En ello, la
política, la economía y los movimientos culturales han tenido un papel
preponderante que no podemos subestimar ya que vivimos inmersos en ellos.
En 1919 en “El Otoño de la Edad media”, su autor, Johann Huizinga, designa a la Edad media como la niñez de la humanidad, por estar profundamente marcada por una gran emocionalidad, semejante a la
que exhiben los niños de nuestra época. En contraposición, la Modernidad, en la que impera el sobrio cálculo según los
criterios de utilidad, sería la Edad
Adulta.
Fenómenos como la burocratización, la industrialización,
la secularización etc., originaron grandes cambios en la Modernidad entre los que el Racionalismo es considerado el logro
más importante, por lo que el mundo debe estructurarse según su receta.
El término Racionalismo trae aparejado ciertos
problemas pero, en última instancia, su imposición surge como un proceso en el que las emociones fueron siendo reprimidas cada vez más, dándose una reducción significativa, compleja y lineal
de los afectos, los sentimientos y las pasiones a favor de la eficiencia de la
Razón. Las emociones son relegadas y subestimadas durante casi dos siglos
de manera radical, en función de lo que
según Peter N. y Carol Z. Stearns son “el conjunto de normas sociales”, las
cuales determinan no solo lo que se dice
sino también como se siente.
No obstante y, en función de determinadas variables que comienzan a salir a la superficie en la sociedad, van apareciendo argumentos en contra del control progresivo de los afectos.
No obstante y, en función de determinadas variables que comienzan a salir a la superficie en la sociedad, van apareciendo argumentos en contra del control progresivo de los afectos.
Los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 va a provocar
un cambio de tendencia: Lo emocional está presente en la agenda historiográfica, poniéndose en duda los conceptos de Modernidad que implícitamente postulan el control excesivo de las emociones como método idóneo y único, obscureciendo,
por tanto, la complejidad de las
emociones.
Dichos acontecimientos, junto
con resultados que van apareciendo en
las Ciencias Cognitivas de las
últimas décadas, han puesto de manifiesto
que cognición y emoción, razón y
sentimiento interactúan (no pueden ser separados neurobiológicamente porque
existen conexiones cerebrales responsables de ambos sistemas que confirman que
la deliberación racional y el sentir emocional son indispensables en la toma de
decisiones), trayendo, de nuevo, a la
emocionalidad al punto de mira.
Tras comprobarse que el
control excesivo de la emocionalidad convierte a esta en una bola de nieve que puede
provocar un alud en cualquier momento
sin que la razón sea capaz de impedirlo, hemos de ser cautos para no caer en otra reacción simplificada y también extremista consistente en
considerar que es bueno que se expresen
todas las emociones, en el momento y con la intensidad que se sienten.
Ni todas las emociones son
necesariamente inteligentes, ni todo pensamiento es necesariamente lógico.
Un
sistema emocional innato, rápido, que solamente
proporcione patrones fijos de acción nos haría seguir, sin discriminación,
cualquier estímulo que ocurra, lo que no sería de gran ayuda.
La
razón, como base única de solución de problemas nos aparta
de nuestro verdadero ser y nos aleja de la influencia beneficiosa, útil y de
primera mano que nos prestan las emociones.
A pesar de la aparente
oposición entre la inmediatez de la Emoción y la acción más lenta y reflexiva
de la Razón, integrar Razón y emoción
es el pilar sobre el que se asienta una vida saludable.
Aprender a utilizar las emociones como guías, aprendiendo
a regularlas de manera que no nos controlen es la clave.
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