Mindfulness XXIV: Caminar y meditar. Práctica

Mindfulness XXIV

Por Beatriz Santos

PRÁCTICA: CAMINAR Y MEDITAR

Para disfrutar de la vida, necesito utilizar todos mis sentidos de manera consciente. Prefiero quedarme con un solo recuerdo lúcido, que tener miles de ellos borrosos.

Una nueva forma, hasta ahora, para poner en práctica la Atención Plena es la meditación caminando.

Existen dos formas de abordar el entrenamiento de la mente para que esté presente mientras se camina:

En primer lugar, está el abordaje formal al que llamamos meditar caminando, que suele realizarse a un ritmo más lento.
En segundo lugar, la modalidad más general, una aplicación práctica de la Atención Plena a la actividad de caminar a nuestra vida diaria.
Mucha gente pasa directamente a la aplicación general porque no requiere un tiempo de dedicación exclusiva.
Como es posible que camines mucho a lo largo del día, lo único que tienes que hacer es dirigir la mente de un modo diferente mientras continuas haciendo lo que haces de forma habitual.
Es importante que al principio se haga más lentamente, aunque solo sea una o dos veces, para poder saborear mejor la técnica. También merece la pena intentarlo en un parque o una calle tranquila en lugar de hacerlo en el centro de la ciudad. Es el equivalente a aprender a nadar en una piscina en lugar de hacerlo en el mar.

Comienza a caminar y comprueba como sientes el cuerpo.
Lo sientes ¿pesado o ligero?
¿Tenso o relajado?

No te apresures a contestar la pregunta, tómate unos segundos para ser consciente de tu postura y de tus movimientos.
Sin tratar de cambiar el modo en que estás andando. Observa cómo lo sientes.


Del mismo modo que sucede con la respiración, el proceso de caminar está tan automatizado y condicionado que ni siquiera podrás pensar en ello. Así que dedica un momento a observarlo, a darte cuenta de él. Es bastante común sentirse un poco incómodo al hacer esto, pero la sensación por lo general, desaparece pronto.
Aunque no necesites pensar sobre el proceso de andar, si que deberás ser consciente de lo que está sucediendo a tu alrededor, por tanto presta atención a las demás personas con quienes te vayas encontrando, a los coches, a las señales de tráfico, etc, mientras estés haciendo el ejercicio.
Comienza por darte cuenta de lo que ves a tu alrededor. Puede que sea gente que pasa, los coches, los anuncios y las demás cosas que puedes encontrar en una ciudad. Si vives en el campo, entonces serán los campos los árboles y los animales. Date cuenta de los colores y formas, de los movimientos y quizá también de la ausencia de movimiento: no hace falta pensar en lo que estás viendo, sencillamente míralo y reconócelo. Eso es suficiente. Esto te llevará unos treinta segundos.
Seguidamente desplaza tu atención a los sonidos: ¿Qué puedes oír? Quizá sea el sonido de tus pies en el pavimento, o el de los coches que pasan, el de los pájaros en los árboles o el de la gente hablando. Sin que te atrapen los pensamientos sobre los sonidos, dedica un momento a ser consciente de ellos, según van entrando y saliendo de tu campo de conciencia. De nuevo dedícale a esto unos treinta segundos.

Ahora desplaza tu atención hacia los olores durante otros treinta segundos aproximadamente: Unos pueden ser agradables y otros completamente desagradables. Quizá sea el perfume o la loción para después del afeitado, o el humo de los coches y la gasolina, o el olor de bebida y comida, o hierba recién cortada y plantas. Fíjate en cómo la mente suele querer elaborar una historia vinculada a cada uno de los olores, en la medida que te recuerdan algún sitio, algo o alguien.

Finalmente fíjate en cualquier sensación física que experimentes. Quizá sea la sensación de la calidez del sol, el frescor de la lluvia o el frío de la brisa. Quizá sea la sensación de las suelas de tus zapatos tocando el suelo con cada paso, o el peso de los brazos que cuelgan a ambos lados de tu cuerpo, o algo doloroso como la tensión de los hombros o esa molesta rodilla de nuevo. La intención es simplemente reconocer las sensaciones durante unos treinta segundos, sin sentir la necesidad de pensar acerca de ellas.


Mientras sigues caminando, no trates de evitar que ninguna de esas cosas entre en tu campo de consciencia; simplemente date cuenta de cómo vienen y se marchan, de cómo cada cosa es inmediatamente reemplazada por la siguiente: Piensa  en una carretera donde coches de diferentes colores vienen y van, pasando a tu lado. Después de uno o dos minutos desplaza suavemente tu atención a la sensación del movimiento. Nota como el peso cambia desde el lado derecho al izquierdo, y de nuevo al derecho, siguiendo normalmente un ritmo estable.

Evita en la medida de lo posible ajustar de forma artificial tu velocidad o tratar de caminar a un ritmo determinado (a no ser que te encuentres en un sitio tranquilo o en tu propia casa). En lugar de eso observa el modo en que caminas y el ritmo al que estás acostumbrado. Puede ser que como resultado de llevar a cabo este ejercicio, elijas caminar un poco más lentamente en el futuro.
Usa el ritmo de la marcha, la sensación física de la planta de los pies contra el suelo, como tu base de conciencia, un lugar al que puedes regresar mentalmente cada vez que te des cuenta  de que la mente comienza a vagar. Esto es equivalente a la sensación de ascenso y descenso de la respiración cuando meditas sentado.
No hay necesidad de concentrarse tan intensamente que comiences a excluir todo lo que te rodea. De hecho, permanece abierto a las cosas que suceden a tu alrededor, y cuando sepas que la mente se ha dispersado, devuelve la atención al movimiento del cuerpo y a la sensación de las plantas de los pies golpeando el suelo cada vez.

Al estar más presente, al ser más consciente, es bastante posible que tus hábitos mentales (tu modo habitual de pensar) también aparezcan de forma más evidente. Normalmente estamos tan atrapados en los pensamientos, que apenas nos damos cuenta de nuestras reacciones a todas las cosas. Por ejemplo ¿cómo te sientes cuando el ritmo de la marcha se ve interrumpida por la luz roja de los peatones de un semáforo, y te ves obligado/a a detenerte y esperar a que la luz cambie para reanudar la marcha?:
 ¿Notas una sensación de impaciencia, de querer seguir moviéndote, de continuar?
¿Buscas una posición de salida ventajosa, en relación con la de los demás viandantes?
 Quizá lo que sientas sea una sensación de alivio ante la oportunidad de ser capaz de descansar durante unos pocos segundos.
Puedes encontrar útil dividir esta técnica en secciones. Por ejemplo, si necesitas caminar de A hasta B, y ese paseo va a llevarte diez o quince minutos, es mejor hacerlo calle por calle.
Al principio de cada calle, recuérdate tu intención de caminar, libre de cualquier distracción, hasta alcanzar el final de esa calle.
En cuanto te des cuenta de que la mente ha comenzado a vagar sola, devuelve suavemente la atención a la sensación de la planta de los pies contra el suelo.
Cuando llegues al final de la calle, comienza de nuevo, como si fuera un nuevo ejercicio cada vez. Esto puede convertir la técnica en algo mucho más manejable.
Si tiene la suerte de vivir cerca de un parque, un río o algún sitio agradable al aire libre, es una buena idea intentar la técnica también en ese entorno. Habrá mucha menos distracción externa en esas áreas, y esto puede cambiar el modo en el que siente este ejercicio. También puede ser práctico, en el sentido de conocer como tu mente trabaja de forma diferente en estos entornos diferentes.

NOTA: Esta Meditación Caminando está íntegramente extraída del libro Mindfulness ATENCIÓN PLENA de Andy Puddicombe, uno de mis maestros en esta andadura por la senda de la Atención Plena, a quien, desde aquí  (España), le envió mi más sincero agradecimiento y mi más profunda alegría por estar ahí permitiendo que bebamos de sus fuentes.

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