ADICCIONES III: Evitando el malestar


EVITANDO EL MALESTAR
Por Beatriz Santos Dieguez




La adicción (drogodependencia y conductas adictivas) podemos verla como un intento de satisfacer nuestras necesidades.
Desde este enfoque, cualquier hábito o conducta encaminada a satisfacer nuestras necesidades puede acabar en adicción.
Sin embargo el hecho de que un determinado comportamiento llegue a convertirse en adicción va a depender de varios factores, entre los que están la relación que establezcamos con él y las circunstancias en que nos encontremos en ese momento.

Los avances tecnológicos, la evolución en los hábitos de vida, la adhesión a nuevos valores y metas, etc., determinan cambios en las personas, que se adaptan de diferentes formas, incluso desarrollando nuevas adiciones.
Estos cambios no siempre tienen por qué ser negativos: los valores que obsesionan a algunas personas por cambiar su aspecto físico, pueden ser los mismos que mueven a otros a llevar una dieta sana y dedicar tiempo a una actividad física moderada.
Lo negativo o patológico se encuentran siempre en los extremos de una línea.
Por ello, lo que sí es frecuente, es que una adicción se inicie cuando se buscan satisfacciones fáciles y rápidas.
Al igual que en las drogodependencias, las adicciones comportamentales pueden desarrollarse a través  de los  mismos mecanismos usados para evitar el malestar.
Ante emociones negativas intensas, como puedan ser la culpa,  el asco o la rabia, la persona con bajo control emocional usa la droga o comportamiento adictivo como estrategia evasiva o anestesiante, de manera que logra disminuir la percepción del malestar o dolor psíquico.
Muchos comportamientos problemáticos actúan como reductores y/o moduladores de la ansiedad. Esto puede comprobarse fácilmente en el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) en el que para reducir la ansiedad aparece y se realiza un comportamiento repetitivo, llamado Compulsión.
Un bajo estado de ánimo puede iniciar un comportamiento impulsivo para animarse y sentirse mejor.
Por ejemplo, un ama de casa cuya vida diaria le resulta aburrida, asocia el ir de compras con una satisfacción puntual (rápida y fácil).



Lo repite cada vez con mayor frecuencia, ya que la sensación de bienestar le dura poco. Al final, termina realizando compras inútiles y sin sentido, que le hacen sentirse peor, lo que refuerza el círculo adictivo,
Un jugador ocasional de juegos de azar tiene un problema laboral que le genera ansiedad. Busca descargar el malestar jugando compulsivamente, obteniendo consecuencias negativas e iniciando una relación adictiva con el juego.
Una persona que en un accidente de tráfico causa involuntariamente la muerte a otra, utiliza el consumo de alcohol y psicofármacos para minimizar el profundo sentimiento de culpa.
Como podemos comprobar en todos los casos citados ninguno de los comportamientos en sí tienen por qué ser adictivos: comprar, forma parte de la vida cotidiana, jugar alguna vez a las máquinas o en un casino o tomarse una copa de vez en cuando cumple, en muchas ocasiones, una función social que contribuye al bienestar de las personas.
Lo que determina que la balanza que desequilibra o se vaya al extremo de la adicción no es el comportamiento en sí sino el “qué nos motiva” a realizar ese comportamiento (relación que establecemos con él) y qué hay debajo del mismo.

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